
Muchos de ustedes habrán oído hablar acerca de la Atlántida, lo que no significa que todos ustedes crean en ella. Está en cada uno mirar hasta donde las barreras de las probabilidades científicas nos permiten ver, o invitarse a traspasarlas para dar paso a lo nunca visto, o a lo nunca comprobado por los métodos hoy en día aceptados. Después de leer el libro de Charles Berlitz “El misterio de la Atlántida”, escrito en 1969, está muy claro que quienes han tomado la iniciativa de investigar o de sólo pensar en su existencia, no han dejado punto alguno del planeta exento de sospecha de haber sido en la antigüedad el sitio donde se hallaba el mítico continente. Cuando de teorizar se trata, todo lo que antes parecía insignificante, ahora se convierte en prueba y evidencia. ¿Será que realmente alguien sembró está cadena que fue atravesando de generación en generación para seguir siendo un interrogante en nuestros días? ¿O será que en algún tiempo no muy lejano alguien tuvo la necesidad de pensar que en tiempos remotos existió una civilización tan avanzada y con tantos adelantos tecnológicos que hoy resul

taría envidiable hasta por los más desarrollados países de la actualidad? Si es así, la existencia de Atlántida sería ni más ni menos que una creación psicológica de la sociedad para imaginar que el mundo puede llegar a ser más organizado utilizando mecanismos que hoy se desconocen, dado que de hecho lo habría sido miles de años atrás. De esta manera Atlántida no sería otra cosa que un ideal al cual llegar, y siendo que jamás se alcanzan los ideales, se entiende a sí misma como una mera utopía. Por el contrario, quienes pretendan ir en busca de, aunque conozcan que es imposible el hallazgo, pero no imposible su búsqueda, transitarán bajo los mares con una esperanza, que constituye además del valor de haber elegido un camino, un destino que los otros no tienen ni nunca tendrán.