Segundos más, segundos menos, ella no podrá quedarse mucho tiempo allí. De muy lejos ha venido para llegar a este sitio que tenía predestinado, pero su ciclo está llegando a su fin, inevitable y triunfal. Deberá desprenderse para dar paso a otras, y para volver a esfumarse una vez más hacia el olvido. En cualquier momento, en cualquier lugar, otra lágrima caerá. 
Qué prisa tiene la vida, que si olvidáramos cerrar nuestros ojos y no renováramos la imagen formada en ese lapso de pocos segundos, aquellos que la transitan sólo dejarían en nuestra memoria una estela, fugaz y efímera. Allí todo se fusiona con todo, formando la misma nada. Tanto camino recorrido, tanto camino por recorrer. 
Inútiles aquellos materialismos que tratan de tapar nuestra esencia, nuestro origen, nuestras raíces, que sobresalen sin quien las detenga. Pobres aquellas tendencias que tratan de decirnos "por aquí sí" o "por aquí no". Ilusas aquellas construcciones que pretenden invadirnos y quitarnos nuestro lugar, deseando que nos corramos o que dejemos de existir. Siempre, de alguna u otra manera, ganará la fuerza interior y saldrá a la luz todo aquello que quiso ser sepultado. 
Tan cálido sonar y tan pocos oídos que puedan escucharlo. ¿Qué música escuchan? ¿La que marcan sus apresurados pasos? ¿La que sin duda golpea segundo a segundo la aguja de sus relojes? ¿Su propio suspiro al llegar a un semáforo y tener que detenerse? Entre el vértigo de los tiempos que corren, por alguna razón él encuentra su propio tiempo y espacio, y le dedica su vida al sonar de esas cuerdas, con la esperanza de que alguien al menos se detenga y disfrute de sus notas. ¿Por qué esperar que la vida termine sin darnos nuestros pequeños gustos? Porque incluso este, el sonar del arpa, por mucho que se diga hay que dárselo en vida. 
En primer plano, el pasado, que aún hoy intenta sobrevivir sobre sus pilares tras la avasallante invasión del futuro. A sus espaldas se levanta el progreso. ¿El progreso de quién? ¿De la humanidad? ¿O de algunos pocos que a costa de fríos cálculos matemáticos han logrado explotar al pueblo y sacar máximo provecho de él? Desde lo alto él tratará de poner fin al crecimiento desmedido de este sistema que quiere apoderarse de nuestro territorio y de nuestras almas. Es probable que fracase en su intento, pero más allá de eso será el ganador, porque sabe que sus fieles no lo abandonarán, que seguirá acompañado de quien lo apoya y lo respeta. Y no se irá, permanecerá allí y seguirá siendo fuerte para que nada ni nadie logre derribarlo. 
Cuando el día termina todo está en calma, todo descansa. Sin embargo algo puede escapar a nuestros ojos, algo que no podemos distinguir ante la global perfección. Puede tratarse de lo que tenemos a nuestras espaldas, a nuestros laterales, o incluso delante nuestro, aquello que queda invisible ya por el deslumbramiento que nos produce el paisaje. Pareciera el camino ideal, el cielo ideal, el agua ideal. ¿Lo es? ¿O así es como lo vemos a través de este cristal? ¿Cómo se verá desde algún otro? La realidad se refleja en el manto negro del agua, aunque invertida, distorsionada y difusa. ¿Será que excede a los límites posibles de toda superficie especular? Podemos dar un paso y estar inmersos en ella... o podemos quedarnos aquí, mirando.
La fuerza y la pureza emergen desde lo más profundo de nuestro ser. Está en cada uno de nosotros confiar o no en ella, tomarla o destruirla, quererla o despreciarla. Desde aquel lugar confuso y lleno de incertidumbre surge, en su forma más perfecta, nuestra conciencia. Cada ser humano es libre -o prisionero- de elegir entre disfrutar de su limpia conformación para realizar buenas acciones, o traicionar sus propios sentimientos y los ajenos. Podemos mirar más cerca o más lejos, pero sin duda alguna se trata de una sola pieza que seguirá emanando luz hasta tanto nosotros se lo permitamos.
Llegado un momento, todos los seres humanos apuntan en una dirección y hacia allí van. No saben muy bien adónde, pero van. Ven a su alrededor gente que también va y les da seguridad y confianza. Por costumbre o por comodidad siguen a quien va delante y son seguidos por quien va detrás, sin saber dónde ha comenzado ni dónde termina el camino. Tal vez alguien ha pedido que marchen hacia allí. Entonces marchan, porque ha llegado la hora; o porque ha terminado el plazo de permanecer en aquel sitio, van hacia otro. O quizás sólo porque alguno de su misma especie ha inventado que es esa la dirección que deben tomar, entonces la toman. Y son cientos, miles, y más. Tan iguales, y tan distintos.
Días que transcurren y una luz que ansía invadirla, descubrirla. Sin embargo, posada sobre invisible sostén, se mantiene intacta, inquebrantable. Impecable por fuera y deliciosa tal vez por dentro, su sabor se expande sólo al probarla. Su lado oscuro denota integridad; su lado iluminado, contrariamente, supone una incógnita, porque nuestros ojos están aquí, en la sombra. Desde la más rojiza beta hasta su más tenue sector, demuestra sus virtudes y guarda sus secretos. ¿Quién podría afirmar acaso, que allí, donde nadie ve, fue degustada?
Vacío el sitio que tantas esperas acompañó. Vacío aquel que oyó las más intensas disertaciones. Vacío el que dedicó su tarde a que dos manos se entrelazaran. Vacío quien sostuvo las más fuertes agonías y pesadas lágrimas, como el otro que gozó con las más gratas sonrisas. Hoy vacío. ¿Será que ha llegado su momento de esperar, de disertar, de entrelazar sus manos, de agonizar y llorar, de sonreír...? ¿Será que dijo "ya basta de otros tantos, ahora yo"? Y de lejos se lo ve quieto, inmóvil. Aunque en su interior otro es su pasar.
¿Existe entre ambas la envidia, el deseo, la burla? ¿O se trata de una sola pieza que recuerda lo que alguna vez fue? Si así fuera, ¿quién recuerda y quién es el reflejo de ese recuerdo?
Sobre el pueblo de Recoleta y visitantes de otras regiones se eleva la Iglesia del Pilar. Con sus intensos contrastes de luz y sombra abre sus puertas a la misa de domingo. Gente que entra, gente que sale, gente que está allí una vez más, y gente que llega por vez primera. Ante nuestros ojos y ante los de la cámara son ahora exactamente iguales, cada uno de ellos, sin diferencia alguna. Pero cada uno en sí mismo supone una vida, un pasado, un presente y un porvenir distinto. Tal vez mañana vuelvan, tal vez nunca. Quizás sean felices, quizás no. Puede que anhelen un sueño, o que agradezcan un sueño cumplido. Todos ellos, y muchos más... Nosotros, quienes los vemos, somos ellos. Somos pueblo.
Reencuentro tras largos años de ausencia, el paseo de cada domingo con la mejor amiga, debatiendo las ultimas tendencias de moda, o simplemente una salida ocacional en compañía de una taza de té. Estas y tantas otras posibilidades se desprenden de estas añosas miradas que se observan y se interpelan la una a la otra. Palabras que han quedado atrás y otras que están por venir definirían este diálogo y este tipo de relación. Para el fotógrafo, y para el observador, quedará la duda, el abanico desplegado de posibles conexiones entre una y otra mujer. No necesitamos saberlo, necesitamos imaginarlo, y así confiar una vez más en el inmenso mundo de la fotografía.
No ha dicho nada. Con su sóla presencia emana la paz y resistencia que debe tener el humano en esta tierra, muy digna de ser capturada por el ojo de la cámara. Ampliando su mundo interior y sin dejar de pertenecer al externo, podemos verla intacta en plena plaza del barrio porteño de Recoleta. Envuelta en fuertes tonos rojo fuego, su oscura y brillante piel se recorta sobre un fondo de verde naturaleza y árboles tupidos. Frizada en su equilibrio interno sigue a la espera de un sol que deberá bajar y una luna que saldrá a ocultarla hasta un nuevo día. 